Escrito por Ruben Rodríguez (lea más en su columna Detrás de la palabra)
Soy un pasajero. Usuario habitual del transporte público. Abonado permanente de las rutas 2 y 10. Solo un número en las cifras de personas transportadas al final de cada año, en las estadísticas provinciales de transporte urbano.
Sufridor de las horas pico en la Plaza de La Marqueta y eterno soñador de que alguna vez tengamos una parada decente en el reparto Villa Nueva, más allá de la fronda protectora de los árboles.
En mi “amplio vagabundeo” registro los futuros y posibles récords Guinness del Transporte Público: récord de pasajeros por centímetro cuadrado, récord de personas que montan por detrás en la parada del Estadio, récord de gente que no pasa la moneda luego de hacerlo, récord de malos olores por viaje, récord de historias íntimas gritadas, récord de espera cuando se “ponen malas”…
Un domingo en que ocho personas parecíamos figuras cubistas en el estribo delantero de una “10”, de la masa compacta como picadillo de soya salió una voz infantil que preguntó a su mami: “¿Qué significa ese cartelito de la puerta: ‘No obstruir’?”. ¡Ay, la edad de la inocencia!
Viajar en guagua también permite estar al tanto de la moda, la dieta, la cosmética, la agricultura urbana, las tendencias sociológicas y el comercio minorista. Por ejemplo, uno sabe cuando “se pierde” el desodorante o lo que sacaron en la Feria Agropecuaria.
Tendencia nueva es la indolencia con que se observa al que sube acompañado de un niño. Por lo general, las mujeres sentadas no ofrecen su sitio a una semejante y menos a un hombre, aunque traiga trillizos en brazo. A la mujer la observan displicentes, cínicas, como diciendo: Yo también soy taller natural donde se forja la vida, yo también-culta y virtuosa-, unjo la obra con la miel de mi cariño… ¡Qué bolá!
Recuerdo a una mulata corajuda, con aires entre Savonarola y Mariana Grajales, que exclamaba: Mucho celular y mucha ropa linda, pero nadie se para, nadie da el asiento. ¿Dónde están la solidaridad y los principios?, al tiempo que reclama un mínimo asiento para el padre joven que como un atlante sostenía a su bebé, un bolso de los llamados “comando”, un paraguas y hacía malabares para no soltar la anilla de equilibrista.
Otro personaje de la guagua es el “tapón”: ese se clava en el pasillo o la puerta trasera y no lo mueve ni un tsunami: hay que matarlo. Lo ves como el salmón, contra la corriente de personas que fluye del ómnibus, pero ahí, firme, obstruyendo el paso, importunando. Es un(a) masoquista, soportando codazos, empujones, patadas y hasta puntapiés.
Existe, además, el tapón móvil, que es quien avanza de frente y no de costado, como los jeroglíficos egipcios, por el pasillo repleto; o el que intenta proteger los flancos de su compañera de posibles roces concupiscentes.
O el que remeda al “hombre de Vitrubio”, el dibujo clásico de un hombre de piernas y brazos abiertos dentro de un círculo que representa el cánon estético occidental. Ese desplaza con sus extensiones a cuanto pasajero le rodea. Como Tarzán, tan mono él, aferrado a los tubos.
Aquí estamos: luchando por el espacio vital, intercambiando empujones sin perder la calma, espalda sudada contra espalda sudada, jaba de yucas contra bolso de maíz, ventilador Órbita contra maletín de ropa… ¿Quién sabe los artículos que puede cargar un pasajero de ómnibus: ropas planchadas en sus respectivos percheros, latas de salcocho, cakes, sacos de viandas, ventiladores, ramos de flores, chorreantes envoltorios de contenido desconocido…
¿Y qué me dicen de los grupos escolares de cualquier edad: entre 5 y 70 años? El espíritu de la Academia les invade, los mayorcitos se olvidan de sus canas y disfrutan una segunda niñez ignorando las normas elementales de convivencia. Bromean, gritan, empujan, desorganizan la cola…
Hace unas semanas disfruté de un “exquisito molote” en la parada del Clínico Quirúrgico, cuando una decena de escolares de la “segunda edad” que salían de un examen dislocaron la cola y una indignada pasajera los reprendió a sombrillazos, en plan samurai.
En medio de ese caldo humeante, te puedes hallar al etéreo, al que lee distante de todo, un libro de vampiros, aunque a unos milímetros un posible portador de la AH1N1, tose, se sopla y escupe ruidosamente por la ventanilla. Tú quisieras hablarle del “don oscuro”, de la sanguinaria condesa Bathory y de ese sueño recurrente donde Jude Law te chupa el cuello. Pero ya se acerca tu parada…
muy bueno!!!!!
Excelente viaje el de Rubén. Esa guagua holguinera nos sirve muy bien a los camagüeyanos. Si en las paradas leyéramos estampas como la suya, el agobio sería menor.
oye que gracioso está eso de chorreantes envoltorios de contenido desconocido…., una vez el envoltorio me chorreó en el pie, era un paquete de claria que se descogelaba, tuve suerte de salir solo con peste a pescado, sin ninguna mancha en la ropa que delatara en mí un delito ajeno, jejeje..