Para Chana
En el libro “La última mascarada de la cumbancha”, Rolando Pérez Betancourt nos presenta la congregación de los jamoneros intemperantes, seres que “van y vienen jardín arriba, jardín abajo, impulsados por el nadar hambriento de sus miradas” y que, sin ningún tipo de recato “rocían su lascivia poniendo oídos sordos ante las clemencias o maldiciones de las salpicadas”.
Salvando las distancias, hoy comprobamos cómo este tipo de personaje, cobra vida en algunos cines de la ciudad donde, tras un aparente afán instructivo o de relax, más una cierta complicidad de ciertas taquilleras o personal encargado, confluyen en manadas para, siguiendo con Betancourt, “verter sin recato las últimas gotas de su desfogue” cerca e incluso encima de inocentes víctimas.
Y si de distancias se trata hay que diferenciar, creo, al voyeur aislado, tipo James Spader en Sexo, Mentiras y Cintas de vídeo o al Pepe Telescopio que nos cantaba Mayohuacán hace ya tiempo con este paradigma des-atinado del que quiero reflexionar. A pesar de que la autosatisfacción es el objetivo y todos, al decir de mi amigo Curbelo, “quieren sentirse dueños de la armonía de su picha”, hay que anotar que aquellos dos se esconden, estos otros se exhiben, por lo tanto aquí está la marcada diferencia.
Sí, porque he oído algunos testimonios de rociadas, muchachas jóvenes que a la hora de disfrutar un buen filme, o bien han tenido que iniciar un cambia cambia de asientos, zigzagueando a su(s) malhechor(es) (que luego harán lo mismo) o, por otra parte, se han tropezado con mares, charcos y lagos de un cierto líquido glutinoso que empaña, no solo el piso del sitio, sino el prestigio de la sala de proyección.
Las que han sido interrumpidas por esta fauna morbosa y des-atinada en reiteradas y machaconas ocasiones, cuentan el grado de perturbación que impregna esta especie hacia su propósito de saboreo espiritual que supone la pantalla grande y, por supuesto, coinciden en que no importa si estamos delante de un largometraje de la antigua URSS, un drama de mala muerte o una comedia de tercera categoría, da igual para que el jamonero alcance su clímax (si es que así puede llamársele) con cualquier cinta, aunque comprenderá usted que con una Sharon Stone o una Sonia Braga por delante, retumbaría la luneta cual sismo santiaguero.
Pero creo que es ya hora de que pongamos freno a estos desenfrenados. ¿Será que nadie se da cuenta? ¿O es que se hacen los de la vista gorda como algunas taquilleras que solo quieren recaudar y recaudar? La verdad de este fenónemo no puede justificarse con racionalizaciones y venias de ningún tipo.
Si bien es cierto que estos pobrecitos hijos de Dios a veces padecen ciertos trastornos científicamente (in)explicables, también lo es que debemos respetar la tranquilidad ciudadana y no dar pie a que, lo que en la intimidad puede considerarse un pecadillo, tenga la repercusión social que supone cuando se exhibe, simultáneamente, en una sala de proyección.