por Eric Caraballoso Díaz
Háblame, oh, musa, de aquel universitario de variado ingenio que, después de vencer los sacros exámenes teóricos, anduvo peregrinando larguísimas semanas, vio los diferentes Medios y conoció las costumbres de muchos periodistas y padeció en su ánimo gran número de trabajos navegando por la Prácticas, en cuanto procuraba aprobar el año y llegar lo más preparado posible a su vida profesional.
Así, más o menos, cantaría Homero las aventuras del bravo Odiseo –estudiante de Periodismo- durante sus acostumbradas prácticas laborales. Y como ya andamos cerrando los portones del curso, y esa entelequia que es tiempo comienza a corporeizar el mes en que se ejercitan los conocimientos aprendidos en el aula, me atrevo a sustituir al legendario aeda para contar, las manos no en la lira sino en la pc, las peripecias de esta nueva Odisea.
Canto Primero: Donde Odiseo inicia su travesía.
Partamos de que las prácticas laborales son un derecho porque son una necesidad. Para la Universidad cubana, como lógica evaluativa de su desempeño docente, resulta claro. Para los estudiantes, en cambio, a veces no lo es tanto: malas experiencias previas y alguna falta de visión suelen empañar los buenos augurios. Por suerte, ambas fallas pueden superarse, más la primera que la segunda. Para quien sí no está claro el asunto es para el Medio. Así, con frecuencia, empieza esta Odisea.
Cuando Odiseo-estudiante llega al Medio suele representar un accidente en la rutina. Y no todos en el lugar comprenden que su presencia no sólo es una necesidad de su formación, sino también de la supervivencia del colectivo en que se inserta. Es él, y no otro, quien se convierte desde ese momento en cantera del propio Medio.
Sin embargo, el colectivo establece distancias a veces innecesarias, y eso es fatal, porque Odiseo, a la expectativa, comienza a sacar conclusiones desde el primer día. Generalmente le asignan un periodista, y los demás, a menos que lo conozcan, siguen indiferentes y ocupados. Al director no siempre lo ve de nuevo antes de la despedida.
Canto Segundo: Ciclópea.
A pesar de todo, el joven se adapta rápidamente y ocupa con facilidad el lugar que le asignan. El Tutor es ahora su punto de referencia, y de él dependerá el éxito o fracaso de las prácticas. El juzga: redacta el informe. Debe, por tanto, ser cegado como el Cíclope, con trabajo o con maña.
Sucede que la labor que le ordenan es responsabilidad de su Tutor. Ese trabajo compartido funciona bien al principio, mientras necesita guía, pero a medida que se acerca el final , pierde sentido. Odiseo necesita independencia para probarse, y de alguna manera la consigue o se frustra.
Claro que con frecuencia el Tutor cede de buena gana sus tareas al ávido recién llegado, mejor, menos pincha. Otras veces ocurre exactamente lo contrario y el recelo se impone por aquello de que éste lo que quiere es quitarme lo mío. Ni lo uno ni lo otro. El ideal es el Medio donde el estudiante pueda integrarse como un periodista más, y no sentirse como un estudiante más, aunque tenga buenos ojos encima.
De lo contrario, los Odiseos menos preocupados, fecundos en ardides, la hacen a la inversa. Se acuestan cómodamente sobre la espalda de sus Tutores y se pierden en el mar de las informalidades. Si acaso, ciegan a Polifemo con una viga falsa y le mienten llamándose Nadie a sí mismos. Si hacen un trabajo o 10 mil poco importa. No tienen un nombre que los responsabilice. Los Tutores, ciegos o desinteresados, suelen sobrellevarlos, y los perjudicados son siempre los estudiantes, que se engañan engañando.
No sería así si los Inmediatos Superiores del Tutor, o de los estudiantes, supervisaran con más profundidad las prácticas. Pero éstos, como los Dioses Olímpicos, tienen también otras ocupaciones. Para los profesores se agrega el problema de las distancias físicas, pues casi siempre las prácticas se hacen en las provincias de origen. Para bien o para mal, dentro de su albedrío, Odiseo suele superar el escollo del Cíclope.
Canto Tercero: Donde Odiseo enfrenta las dificultades propias de su condición.
Con buenos hados y ancha vela, Odiseo se interna en las semanas. Está trabajando o haciendo el intento, solo o con su Tutor. Recibe, pues, los golpes normales según el caso. Se deja tentar por el Canto de las Sirenas de que tal o más cual trabajo será bueno, y luego se enreda, le huyen las musas, es decir la rutina lo arrolla.
En el Medio comienzan a verlo diferente, ya he dicho, con suerte, a reconocerlo si lo merece. Recibe los golpes de Escila, mordida a mordida, del Jefe de Redacción. Le cambian títulos, le censuran palabras, lo rectifican sin su consentimiento. Otras veces es Caribdis quien lo sumerge y el golpe es uno solo: no publica. Pero todo lo soporta con estoicismo, se sostiene en el mástil del orgullo y sigue a flote. Esto es, para la media, el fuego que da forma, el que siempre alguna vez se agradece.
Puede que algún Odiseo afortunado tome un atajo y caiga con pocas magulladuras en brazos de la divina Calipso: las cosas marcharon bien. Puede que algún otro no llegue nunca a la deidad, y tenga que visitar el Infierno en más de una ocasión buscando el rumbo acertado. Pero todos terminan las prácticas. Todos irremediablemente llegan a Itaca.
Incluso aquellos que nunca salieron de Itaca. Aquellos que más que Odiseo se metamorfosean en Penélope y pasan las prácticas esperando, literalmente. Esperando que los ubiquen, que los pongan a hacer algo, que les den un trabajo acorde a sus objetivos de práctica, y no a contestar el teléfono o algo así. Quizás griten al principio, protesten alegando una larga lista de derechos, pero luego se resignan o se cansan, y se acomodan a tejer su ocio.
Todos terminan, incluso ellos, y se disponen a enfrentar a los peligrosos Pretendientes –léase los miembros del Tribunal- como el más pinto.
Canto Cuarto: Donde Odiseo termina par volver a empezar.
Después de un mes de peregrinaje en el Medio, Odiseo enfrenta el duro combate de cierre, la discusión con el Tribunal. De escudo, el informe del Tutor, y como lanza, su propio criterio. Generalmente vence, no sin antes sentir el rigor de los Pretedientes, que inquieren por aquí o divagan por allá, fieles a cumplir su papel en el formal ejercicio.
Eso no está mal, a fin de cuentas está previsto que así sea, solo que a menudo las particularidades se obvian y el Tribunal, como diría un experimentado mentor de periodistas orientales, se va con la de trapo: los Pretendientes saben que Odiseo llegó a Itaca, pero no cómo lo hizo; si la Ciclópea fue por fuerza o maña. La verdad, única e inapresable, queda en el arsenal de Odiseo, ingresa en la memoria del estudiante- guerrero para próximas aplicaciones. Y como experiencia, se reproduce en el imaginario colectivo de la Carrera, siguiendo la clásica ruta antropológica: de generación en generación.
Porque el asunto es que la Odisea se repite. Debe repetirse durante cinco años, en el mismo u otros Medios. Y para el Sumo Tribunal, en la misma u otra cara, en infinidad de ocasiones que seguirán pareciéndose.
Epílogo: Donde se razona a posteriori, al menos.
Así concluye la epopeya, pero no la vida de Odiseo. Por paradójico que parezca, el valor real de las prácticas comienza a vislumbrarse después que éstas ya no son más que recuerdos, cuando el estudiante en un año superior vuelve al Medio; o cuando, recién graduado, a Odiseo lo ubican precisamente allí. Es en ese momento que cuenta lo ganado, lo apre(he)ndido durante su travesía particular por aquellas aguas.
Si el viaje no fue trascendental, si nada aportó a su formación periodística, las nuevas aventuras profesionales tienen grandes probabilidades de conducirlo hacia el abismo. Tendrá que comenzar otra vez de cero, recorrer los mares que debió conocer con anterioridad. El haragán, dicen los viejos, trabaja doble.
Además, las frustraciones, las “cuadradeces” , las pérdidas de tiempo, no solo atentan contra el futuro periodista, sino también contra el prestigio que el Medio gana en él. Lo predisponen. En una próxima ocasión, Odiseo podría escoger otras aguas en lugar de retornar a las malas conocidas, y así el Medio se incluiría en la lista de perdedores.
Esto, sin contar a quienes de cierta forma habrían gastado palabras durante unas clases que poco o nada pudieron corroborarse de forma práctica.
Entonces, que esta Odisea termine con éxito es, en realidad, responsabilidad de muchos, aunque todos los dedos sigan señalando al estudiante como el personaje principal. Odiseo es el protagonista, está bien, Homero, pero no puede ni debe ser el único responsable de que su viaje termine felizmente.
Luis Enrique:
Me he reído aquí como un tonto – creo que es de la mejor forma – con tu post. Asere, se lo voy a leer a mi próximo grupo en clases. ¿Me dejas? Prometo que diré el autor.
Un abrazo