Mucho se ha hablado y escrito sobre la violencia, y un poco más de la versión masculina. Abundan por aquí y por allá investigaciones sobre el fenómeno, que circunscribe al varón como protagonista único de tales conductas agresivas. Y, hasta mi viejo diccionario Toga, en su página 617, sentencia en uno de sus acápites sobre violencia: “acción de violentar…..a una mujer”.
Es cierto que siempre han sido los jóvenes y casi exclusivamente los varones quienes han cometido los actos de violencia y las atrocidades; pero, lo es también, que las mujeres han ejercido tal agresividad en algún momento de la historia: desde la Jezabel bíblica, hasta Lucrecia Borgia, Cristina de Suecia o Semíramis, u otras tan reales como usted y como yo.
Semíramis principió por dominar a su marido hasta el punto de quitarle la corona, condenándole acto seguido a muerte y gobernando el país por cinco días. Escogía a gallardos oficiales del ejército y luego los condenaba a muerte (para no dejar testigo de sus liviandades), su ejemplo ha sido presentado para deducir que una mujer no puede jamás estar en el poder, sin cometer a su sombra grandes abusos. Usted, ¿qué dice?
En la época de matriarcado, por ejemplo, ellas prevenían la insolencia de ellos, rompiéndoles la pierna derecha en honor de Hefestos, el héroe cojo y, según cuentan, la primera rebelión femenina se dio en Lemmos, una isla griega del Mar Egeo, cuando las nativas, adoradoras de la triple diosa, decidieron asesinar a todos los lemnios, incluidos los niños, y se ocuparon por sí mismas de la caza, el arado, el remo y el yunque del herrero.
Revise además la historia de las mujeres de Capadocia, llamadas amazonas. De estas está suficientemente probado que los hombres de aquel tiempo (siglos XV y XVI) estaban bajo su dominio, tanto por lo referente a la legislación, como a los asuntos de guerra. Las amazonas decretaron en sus leyes que: “las mujeres pelearían en el campo de batalla, y que los hombres quedarían en sus casas hilando y haciendo toda clase de trabajos domésticos”.
A ninguna mujer se permitía cazar hasta no haber muerto por lo menos un enemigo en el campo de batalla. El pecho derecho de todas era quemado con un hierro candente a fin de que el brazo tuviera libre movimiento para manejar la espada y disparar flechas. Así mismo debilitaban los brazos y las piernas de los niños, para imposibilitarles que más tarde tomaran parte en la guerra.
Venga de donde venga
El varón no es el único protagonista de las conductas violentas y esto constituye un estereotipo de género tan arraigado como cualquier otro.
Pero quien ejerza la violencia no es la cuestión. Lo importante o preocupante serían las sociedades permisivas con valores que consienten y asienten a esta como forma natural y aceptable para alcanzar objetivos personales, políticos o económicos.
Desde los años setenta se han realizado cientos de experimentos de laboratorio que parecen validar el postulado de que la violencia se aprende. La consecuencia más directa de estos estudios ha sido la popularización de la idea de que basta con que se presente un modelo violento para que una conducta similar se lleve a cabo; hipótesis que ha supuesto poner en el centro del debate a la industria audiovisual como principal generadora de modelos violentos.
“Dicen que el hombre no es hombre mientras que no oye su nombre de labios de una mujer…puede ser”
De labios de una mujer, además de halagos, cumplidos y toda suerte de palabras bonitas, también puede brotar la violencia verbal, una variante psicológica de agresión que, en sus formas más refinadas o burdas, puede ser utilizada por alguna que otra fémina en los espacios comunitario, social o familiar. En este último como riñas (el equivalente moral de las guerras), insultos, regaños o reproches hacia algún miembro de la familia o de otro lugar.
Se dice que la conducta agresiva tuvo su origen como un medio para alcanzar un fin, una especie de competencia atlética o prueba de fuerza, donde el afán de prestigio puede ser causa frecuente de manifestación. El psicólogo Otto Klinerberg plantea que también puede llegar a considerarse como una forma de curiosidad, exploración o afirmación del sí.
En los hogares cubanos, según la especialista Ileana Artiles, la violencia psicológica y emocional, con predominio de la agresión verbal, es la que más se reitera y, por ser tan cotidiana, no ocupa el espacio que merece, por tanto requiere más atención.
Debemos referir que este tipo de violencia es el más empleado por la mujer al convertirse en una forma de enfrentamiento a la sobrecarga del hogar, o a la indiferencia a que son sometidas en la pareja, y ya que posee menos recursos y posibilidades de abuso o fuerza, acude a esta variante psicológica. Además, al mantenerse una relación más directa en la crianza de los hijos, la interacción es más propensa a enfrentamientos violentos que provienen de sus labios.
Esta violencia no deja huellas “visibles” inmediatas pero sus implicaciones son más trascendentales. No puede tolerarse como una forma de comunicación y solución de los problemas.
Pese a la imagen delicada y tierna de la mujer, a su paciencia cultivada y sus buenas maneras, se han dado casos de violencia física que ilustran claramente cómo estas resuelven distintas situaciones conflictivas. Freud decía que el odio y los actos agresivos se manifiestan en: guerras, competencias, antagonismos de clase, conflictos raciales o de otra índole dada la agresividad inconfundible, latente que “existe dentro de nosotros” y el creciente desarrollo en la persona el deseo del desquite. Las mujeres, ya se ha dicho, aunque no emplean con demasía la variante física, ejercen cierta agresividad.
En los programas humorísticos cubanos predominan todavía parlamentos o situaciones cargadas de violencia verbal
“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis.
Si con ansias sin igual solicitáis su desdén,
¿ por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal ?
En la mayoría de los casos las mujeres resultan violentas porque son victimizadas, es decir existe algún indicio anterior que justifica la violencia: el consumo de alcohol, el haber recibido golpes en la infancia, la exposición a la tv o las condiciones de carencia o pobreza, figuran entre las causas fundamentales.
Lo cierto es que no siempre es así. Según el MsC. Pedro Fernández Olazábal, psicólogo investigador de la violencia en la provincia Camagüey… “Una mujer puede ser víctima de violencia actual o a lo largo de su vida, y puede ser propiciadora de violencia o manifestante en estos momentos, sin que necesariamente haya mediado algún factor de victimización previa; en esto pueden estar mediando otros factores, adicionantes, condicionantes de tipo familiar, trastornos de tipo psicológico, estrés o determinada dinámica de pareja, pero no tiene que estar relacionado con un proceso de victimización previo.”
Algunos elementos actitudinales como la adaptación funcional, la tolerancia a la agresión, la empatía hacia el agresor y la propia justificación, son básicos para que el maltrato se mantenga.
¿ Y, por qué Lucrecia?
Bueno, podría ser Hera, Mesalina, Dorotea, Lourdes, Doña Bárbara, Julieta, Jezabel, Tula o María Cristina que, como dice la canción cubana, “me quiere gobernar”.
El nombre varía, como la intensidad. Lucrecia fue una princesa italiana, nacida en 1480, rubia, delicada, graciosa, poco exuberante, de labios finos y ojos muy claros. Hija de su familia, del ambiente en que vivió y su época. De ella se ha escrito bien y mal. Se casó tres veces. Su segundo marido fue apuñaleado por orden de su hermano César.
Mujer que se le atribuyen toda clase de crímenes, aunque algunas biografías la consideran “bellísima y sana, que fue feliz, tuvo varios hijos y murió placidamente sin haber cumplido los 40 años” y que “cuando murió su padre, salió del ambiente familiar, pudo por primera vez responder a los estímulos de su naturaleza, y entonces fue una mujer casta, pulcra, esposa fidelísima, madre amante de su prole y piadosa hasta el extremo”.
Otros historiadores dicen que fue de una liviandad y delincuencia monstruosa, que envenenaba a diestra y siniestra. La crítica moderna la retrata empero, como una mujer trivial, víctima de la influencia del medio corrompido, llevada a merced de los vientos de la conveniencia paterna, instrumento político del Papa.
Antonio J. Onieva sentencia: “Tanto se equivocan los que presentan a Lucrecia como un abismo de disolución y maldades, como los que se empeñan en revestirla con atributos poco menos que de santidad”…
Nosotros seguimos dudando.
LECTURA RECOMENDADA: En el final de la página http://bit.ly/hD6Z0b usted puede escuchar una versión de esta investigación a modo de reportaje radial.