La última vez que se compró un par de zapatos había juntado parte del salario mensual con la remesa que enviaba, religiosamente, su familia cubanoamericana.
Yanais, una amiga queridísima, quiso acompañarle y juntos desandaron las Tiendas de Recaudación de Divisas (TRD) de la ciudad, en busca de un calzado acorde a su agrado y su bolsillo.
Por el camino se tropezaron además con bazares, ferias de artesanos, vendedores callejeros y productos de importación. La (poca) calidad de las ofertas y el afán por echar un vistazo a todas las opciones hizo que tuviesen suficiente tiempo para repasar experiencias de peletería.
Ella recordó aquellos algodones en la punta de las balerinas de charol, los zapatos de “correíta” que heredaba de su prima Baby y las muchas opciones que tuvo en sus quince años, gracias a un tesoro que encontraron en el patio de la casa: monedas de plata cambiadas en la “Diplotienda” de la capital.
Él rememoró el cepillo, la tinta y el betún lustral -tan asociados a la escuela primaria-, los horribles kikos plásticos y los zapatos ortopédicos profilácticos que usaba su hermano, con una leve deformación que le dificultaba el caminar.
Al final de la “travesía” él optó por unos zapatos carmelitas de fabricación brasileña al modesto precio de 48 cuc en moneda libremente convertible (mlc). “Tienen tu cara”, le aseguró Yanais y acto seguido decidieron indagar con algunos amigos en las redes sociales y esto fue lo que encontraron:
Shoes history
Lily: a mi siempre me han dejado botada los zapatos. No importa si son botas o puyas. Un buen zapato lo es todo. Es casi como un fusil. Para mi que soy periodista, tiene que ser lo suficientemente fuerte para aguantar las caminatas y los terrenos abruptos y lo suficientemente elegantes como para que si llega un ministro de pronto, por ejemplo, no te agarre desprevenida.
Yuni: recuerdo que mi madre me hizo unos de telas con zuelas de cámara de camión para educación física y se calentaban. Todos teniamos. En la escuela decidieron hacer la educación física debajo de la primera planta para que no nos diera el sol. En el seminternado ibamos al baño y dejábamos las huellas por todo el pasillo porque absorbía la orina, de ahí su nombre, un nombre vulgar.
Elisa: antes de irme para Ecuador tuve que desprenderme de unos zapaticos que me trajo mi tío de la Unión Soviética que los conservaba desde hace años. Eran muy especiales y ya tenían 27 años. No podía guardárselo a mis hijos. ¡Me dio un dolor botarlos!
Rolando: tenía unos 12-13 años y en mi casa había unos tenis que habían sido de mi papá y me quedaban grandes, muyyyyy grandes. pero me gustaban mucho, eran blancos y estaban casi nuevos, y no tenía paciencia para esperar a que me sirvieran, así que me los puse y me fui para la fiesta. El lugar de Jobabo donde se hacen las fiestas se llama La Punta y allí me aparecí con los tenis enormes aquellos. Nada más llegar, un gracioso dijo: “y acaba de entrar el payaso Rolando”, porque de verdad que me quedaban muy grandes. Al pobre muchacho le guardé rencor mucho tiempo.
Fabiola: una vez cuando era pequeña quería comprarme unos popis, los famosos popis aquellos que todos los niños querían tener, y recuerdo que los estaban vendiendo en la tienda conocida como la casa de la amistad y había mucha gente desde temprano para comprarlos y mi mamá hizo tremenda cola pero al final no alcanzó. Lloré muchísimo ése día. Estaba muy ilusionada con esos popis. Mi mamá entre tanto llanto mío me dijo, así es Fabi unas veces se puede y otras no.
Isadora: una vez llore mucho, tenía 13 años y no pude ir a unos quince en mi pueblo porque no tenía zapatos bonitos propios para esos quince. Ahora tengo 60 pares, le dedico un cuarto a los zapatos. Los tengo estrenados, sin estrenar, de salir, de andar, de hacer deportes, de ir a trabajar, sandalias. Llegué a pagar 270 dólares por unos. Los tengo de todos los precios, marcas y colores. Es como un trauma infantil.
Any: mi tia mirta me regaló unos mocasines amarrillos pollito con los cordones aun mas amarillos…. desentonaban con el uniforme de la escuela vocacional donde estudiaba. Allí exigian zapatos negros. Recuerdo que mi mama pinto mis zapatos con betum carmelita para disimular.. pero aún así cada semana el pan nuestro de cada dia en mi aula, en el pasillo de la escuela era un profe diciendome que tenía que ponerme zapatos negros…aquellos zapatos feos, pq eran feos, fueron mis compañeros por 2 años en esa escuela, en esa que fue la mejor etapa de mi vida, y ademas fueron y son hasta hoy el ejemplo de gratitud y de amor de mi tia Mirta.