Se llamaba Mercedes, era natural de San Miguel de Nuevitas y, por azar de la vida, se mudó a la comunidad de Concordia, a más de veinte kilómetros del centrosureño municipio camagüeyano de Vertientes.
Todos los domingos cedía su casa como espacio de oración y catequesis. Allí los fieles del pueblito cañero aprendían las enseñanzas del Nazareno y los preceptos de la Iglesia. Mercedes se sentía útil y aprendía junto a ellos.
Llegó 1998 y con él la invitación para que participara en la misa que celebraría, en la ciudad de Camagüey, el Papa Juan Pablo II. Ella dijo sí otra vez y se alistó en la comitiva que integraba laicos de varias demarcaciones y bateyes.
Partieron como a las dos y treinta de la madrugada del 23 de enero de 1998. La mujer iba, con todos los vertientinos, en una caravana de once vehículos, incluyendo ómnibus y camiones particulares. Todos coreaban, rezaban y se regocijaban con el encuentro.
La celebración devino momento triste cuando Mercedes, una mulata entrada en carnes, murió de un infarto a unos escasos kilómetros de la Plaza “Ignacio Agramonte y Loynaz”, en la bien llamada “Ciudad de las Iglesias o de los Tinajones”.
Los vertientinos, algunos que conocieron la novedad, tuvieron otra motivación para la celebración y encomendaron el nombre. Otros participaron en la liturgia, se unieron a los cantos y las oraciones sin saber que en aquella multitud hubo una vertientina que no pudo conocer, ni siquiera estar cerca de Su Santidad.