Foto: William Sánchez Pérez (survisión tv)
Después de cruzar aquel puente y caminar unos cuantos kilómetros muchas imágenes nos circundaron: los cangrejos y jaibas que sobrevivían a nuestras pisadas, la calma del mar y el sonido de las aves que cruzaban cerca de la orilla.
Pero quizá una de las más reiteradas era la de los pescadores que pasaban a deshora en chalupas improvisadas. “Furtivos”, me dijo William que se hacían llamar, pues hacen sus capturas a hurtadillas, unas veces para el sustento familiar, otras para ganarse unos pesos.
“¡Hazle una foto con tu cámara!”, le pedí a nuestro anfitrión, mientras pensaba que estos botes podían trasladarnos al río Najasa. Luego comprendí que en ellos no habría espacio para tres, ¡qué tres!, ni siquiera uno de nosotros.
“Mejor hubiesen entrado en bicicleta por allá que caminar!!”, nos voceó –tarde- uno de los marineros, que iba en dirección este y yo aproveché para hacer un par de preguntas.
Entonces William me contó que siempre han querido hacer un documental con estos santacruceños, pero ellos carecen de un permiso legal y temen algún escarmiento de las autoridades, debido a que sus embarcaciones son bastante rústicas.
“No pasan de coger algo cerca de la costa, licetas, mujarras y cosas así, a veces su manchita de cubera. Algunos venden su pesca, pero no es nada para enriquecerse. Hay pescadores que son más atrevidos pues hurtan lo que está en las boyas de los barcos”
¿Entonces nunca se van a acabar?
“Mientras haya necesidad de comer pescado, no”, concluyó nuestro asistente de fotografía.
Con estos elementos, y un par de instantáneas hechas “a la carta”, fui armando un texto en mi cabeza mientras Eliecer completaba algunos planos y nos acercábamos a la desembocadura.
En medio de la maleza y los mosquitos, sin ningún bocado todavía que engullir, seguíamos por aquella ruta, castigados por el sol del mediodía, el mismo que acompañaba aquel humilde pescador que cada vez se alejaba más del lente con un furtivo cargamento para los suyos.