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Yo estaba ansioso por conocer los barrios de Guayabal, La Guinea y Pueblo nuevo, que Bartolo mencionaba en una de sus canciones. El historiador de Vertientes me dijo “están cerca uno del otro, no te preocupes”.

Caminamos unas cuadras desde el cementerio y ya estábamos en el Casino de los Congos. Lajas apenas tiene 440 kilómetros cuadrados y 23 mil habitantes.

Idelisa Piloto, más conocida por ‘Pucha la enfermera’, me contó que Benny desde los cinco años visitaba ese lugar, se encaramaba en las mesas y tocaba los tambores. Allí aprendió habilidades como cantante y bailador, además de inflexiones y timbres vocales.

Y llegamos. El ticket de entrada es un ramito de albahaca que se coloca encima de la oreja para espantar los malos espíritus. Hay que tocar una piedra sagrada que un antiguo esclavo sacó de su amuleto. Diz que medía 2 ó 3 centímetros y ahora, con las ofrendas, ha crecido de tamaño.

Mientras Eliecer hacía de las suyas con la cámara, yo me dispuse a bailar los cantos africanos. No estaba precisamente como pez en el agua porque soy medio patón, pero aquellas conguitas no eran tan difíciles y en medio de la multitud pasaba desapercibido. A fin de cuentas no era bailar el objetivo, sino estar en comunión con nuestros antepasados. 

Primero fue la ceremonia de la bandera. El mismo moreno que vi llorar, minutos atrás, al pie de la tumba, la llevaba ahora por los rincones del Cabildo, mientras una mujer le seguía los pasos, dejando caer gotas de ron y agua donde apoyara el asta. Ya para ese minuto debí rociarme, como todo el mundo, una colonia singular cuyo olor alternaba con el humo de los tabacos.
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Me persigné frente al altar de San Antonio de Padua que, para los esclavos de la antigua dotación del venezolano Don Tomás Terrry, era “Masanta”. Allí, frente a la imagen traída desde Italia, pensé en los ceremoniales que se hacían en los barracones, antes de que el dueño del Central Caracas dispusiera este lugar de culto para los fines de zafra.

Nos dijeron que podíamos unirnos a los coros. Así lo hice y me sentí un poco más cerca de aquella asociación fraternal. Al salir dejé caer el ramito de albahaca en la piedra y se fueron los malos espíritus. Me fui tarareando “Guarda la cuchara, que mañana yo vengo”, el mismo telegrama que me pasó Benny aquella mañana de febrero.

One thought on “Guarda la cuchara que mañana yo vengo (+vídeo)”

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