Escrito por Dubler Rolando Vázquez Colomé, dubler81@yahoo.es

Por supuesto!”, había respondido el Jefe de Turno cuando le pregunté si prestaban Servicio de Custodia de Equipajes.

Dame dos pesos y tu carné… Pero para eso no tengo cambio. Ve y dile a la cajera que te cambie eso”. Obediente, cumplí el mandato del custodio. “¡Pero qué se piensa este¡ Toma, y dile que no mande a más ninguno, que ya no tengo menudo”. La cajera estaba visiblemente molesta y se esforzaba por demostrármelo.

Ya un poco maltratado, pero impregnado aún de la confianza que me inspiraba el agradable aspecto del lugar, salí de la Terminal de Ómnibus Nacionales y me dediqué a caminar por la ciudad, reluciente luego de la fina llovizna del atardecer.

Eran las 7:00 de la noche y debía esperar hasta las 5:15 de la madrugada, hora en que saldría el ómnibus Las Tunas – Santiago de Cuba, para el que ni siquiera tenía pasaje. Mientras caminaba cifraba mis esperanzas en la impredecible y ya repleta lista de espera.

Alguien gritaba “¡Bayamo! ¡Bayamo!” y eran las 2:30 de la madrugada cuando desperté. Supe entonces que saldría un carro hacia esa ciudad y como “la luz de adelante es la que alumbra”, corrí hasta el local de los equipajes: lo encontré vacío y en penumbras.

 “El custodio está merendando”¿?, fue la respuesta de una funcionaria al enésimo toque en el enorme cristal, que por lo visto la alejaba mil años-luz de mí. “…está merendando”, me dijo de espaldas luego de abandonar, muy a pesar suyo, la animada conversación que sostenía con otra empleada.

Cuando apareció el custodio calculé que el carro estaría bien lejos de allí. Fuimos a buscar mi equipaje y ¡Oh, milagro de las desapariciones!: el maletín no estaba. “Casi seguro que el otro custodio se equivocó y lo mandó pa’ La Habana en la guagua de las siete”. Había en sus palabras una calma espantosa y se sobresaltó cuando le demostré que lo de poner el grito en el cielo es mucho más que un simple dicharacho popular.

Al Jefe de Turno, la máxima autoridad del establecimiento en ese momento, le causó una hilaridad manifiesta la equivocación del custodio y la noticia corrió, veloz, entre los empleados, que no dudaron en imitar a su jefe.

Lo asombroso, si no he abusado ya de su capacidad de asombro, es que en las más de 36 horas que permanecí en la terminal, no escuché ni una sola vez las palabras “disculpe”, “por favor” o “qué desea”. En varias ocasiones escuché, sin embargo, “no se puede”, “hay que esperar” y “¡¿chama?!”.

Llegué a la conclusión, y esto es una certidumbre convertida en sugerencia, de que los directivos de ASTRO deben organizar un curso emergente de Educación Formal para sus empleados. De veras lo necesitan.

Pero volvamos a mi dantesca odisea. El custodio de turno, el no equivocado, fue en busca del autor de la equivocación. Tres largas horas después, cuando al parecer hubo saldado sus cuentas con Morfeo, reapareció el custodio y dijo que sí, que el maletín debía estar llegando a La Habana.

Si usted es de los que con frecuencia asumen la titánica tarea que es viajar en estos tiempos, entonces comprenderá cuál era mi estado de ánimo. Amanecía el martes y yo, que debía estar por la mañana en Santiago, no solo llegaría atrasado, sino que no lo haría hasta el miércoles pasadas las 5:00 de la tarde.

Siempre he escuchado que equivocarse es de humanos; nada más cierto. Pero la descortesía, la falta de educación y de profesionalidad no deben ser cualidades de ningún ser humano y menos de un empleado público.

Una última sugerencia: a los innumerables ventiladores, a los cuatro equipos de TV, a los confortables butacones y al acogedor ambiente que en general reina en la Terminal de Ómnibus Nacionales, es preciso añadirles un poco de amor, de amabilidad; poner el corazón al servicio del pueblo.

¡Ah!, y para que vean que no todo fue espinas, el privilegiado maletín regresó: había conocido La Habana antes que su dueño.

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Nota del editor: esta crónica fue escrita por el autor durante su período de estudios en la Universidad de Oriente. La categoría “Desapolillando archivos de la Universidad” es para tales efectos.

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