No me quiso decir cómo se llamaba, pero adiviné en su rostro cierta obstinación un tanto familiar. Puso cara de insoportable cuando le dije “¡sonríe mija!”
En un instante volví al pasado. Recordé las guayabas que regalaba al vecino para que me diera una vueltecita en la bicicleta, la muchachita de ojos verdes que me decía “¡tú no tienes juguetes!, chuji, chuji” y el lloriqueo que formé cuando mi Madre me dejó en la primera clase de preescolar.
Debe ser un extraño mecanismo de introyección-identificación o una encerrona de las musas. Tal vez un Deja Vu inesperado. Ahora mismo, mientras escribo, estoy un poco triste, nostálgico, aburrido y gorriónico. ¿A quién o a qué culpo? ¿Por qué me detuve en la dichosa foto y no en otra?
Me imagino que la solución sea seguir pedaleando, como hace todas las tardes la niña del velocípedo y disimular esa cara de poema a los fotógrafos que pasan.
Mañana le pregunto el nombre.