Escrito por el padre Alberto Reyes Pías con el título “Crónicas del lejano oriente IV. ¡Feliz Navidad!”
Sí, ¡Feliz Navidad! Porque la Navidad no es sinónimo de un mundo perfecto y sin angustias, Navidad no significa ausencia de dolor y sufrimiento. La Navidad es el cumplimiento de una promesa: “Yo vendré a ti, a tus horas, a tus gozos y a tus noches; yo vendré y estaré contigo, ante el sol que nace y en la espera áspera de los amaneceres que tardan”. Y Navidad es la acogida de una certeza: “Yo estoy contigo”.
A veces nos sumergimos en espiritualismos románticos, en el deseo ingenuo de un mundo de ángeles con rostros humanos. Y sin embargo, nunca se nos prometió un paraíso terrestre. Se nos prometió una presencia y, en realidad, eso basta, basta para alimentar la esperanza y levantarse cada día a regalarle a este mundo el bien que necesita. Se nos trajo a esta tierra a vivir, y la vida es esfuerzo, es lucha, es opción por sacar del alma el bien mayor.
Mi Navidad ha estado marcada este año por una palabra: “Mira”, y yo he intentado que mis ojos vean en clave de Navidad. Y he visto.
He visto a mis niños felices, jugando llenos de fango con una vieja rueda de camión; he visto a mis comunidades cantando, como suelen hacerlo, respetando el texto que tienen escrito y poniendo a ese texto cualquier nota musical que se les ocurre en ese momento; he visto gente caminar kilómetros por el fango para no perderse la misa o la celebración, y empezar con el templo lleno a pesar de una lluvia inclemente.
He visto a la gente elegir la vida en medio de sus techos todavía derrumbados y sus colchones húmedos, y darse tiempo para sembrar flores en todas las latas que ya no tienen comida. He visto a la gente desear la electricidad, pero no maldecir cuando, por cualquier motivo, se va; he visto a la gente disfrutar un trozo de malanga, o un pedazo de carne, cuando lo tienen, pero no deprimirse ni ponerse nostálgicos cuando no lo tienen, que es lo habitual, y comerse un plato de arroz con una salsa que le dé color como lo más normal de este mundo. He visto como la gente vive en un mundo sin frutas ni ensaladas, sin postres, sin leche para el desayuno, sin que esto les amargue el carácter. He visto mujeres lavando en el río que dejan sus ropas cuando llega el cura a la celebración para darse un paréntesis de oración.
He visto comunidades que improvisan obras sencillas de Navidad, y que como no tienen nacimientos los hacen de muñecas masculinizadas, pintando a María y a José, haciendo de cartón los animales y adornando los arbolitos con piedras envueltas en papeles brillantes de antiguos caramelos, y poniendo en las manos de los Reyes Magos antiguas pulseras de metal de relojes rotos.
He visto a un Dios que va proveyendo, poco a poco a su pueblo, y he visto a un pueblo que no tiene vergüenza para hablar de Dios en público, para saludarte diciéndote: “Bendiciones”, ni para comentar en medio de la gente que: “Yo confío en Dios”.
Y he visto a un Dios que me pide confiar, cuando me toca ir a los pueblos en una moto, de noche y bajo lluvia, o en un viejo Jeep sin puertas, porque mi carro no está disponible, sabiendo que al llegar la gente estará allí, mojada, con fango, algunos descalzos, esperando por una celebración de apenas 40 minutos; o cuando andamos por las montañas sin goma de repuesto porque cuando fuimos a arreglarla no había electricidad. Confiar en que Dios puede hacer camino en la gente cuando alguien viene y me pide si yo puedo: “Tirarle el agua a su niño”; o cuando la miseria humana, tan intrínseca al ser humano como su generosidad, se manifiesta en egoísmos o venenos verbales.
Sí, Feliz Navidad, porque en medio de este mundo imperfecto, húmedo y fangoso, Dios está, haciendo su camino callado y sereno en medio de muchos corazones, y haciendo brotar en tanta gente el bien y la alegría.
Y para ustedes todos, Feliz Navidad y gracias, gracias por todo este tiempo de oración y generosidad, gracias por volver sus miradas y sus corazones una y otra vez a este pedazo de tierra donde la gente dice que: “Colón descubrió a Cuba y Matthew descubrió a Maisí”. Gracias por tanta cercanía, por tanta paciencia conmigo que tardo en escribir, gracias por transmitirme la certeza de que están ahí, más cerca de lo que la geografía pueda hacer pensar.
Para ustedes todos, Feliz Navidad, y un año donde la vista descubra todo lo que, desde la sencillez, Dios hace brotar, día a día, justo a nuestro lado.
Feliz Navidad, y mi agradecimiento, y mi bendición.