Ponedle un caso en las ramas,
amarradle una pistola al tronco,
cubridle de espeso carmín las hojas,
vendadle cada una de sus raíces…
Y ni por esas
se parecerá al hombre.
(Federico Hernandez Aguilar)

No se trata de un legendario baobab africano o la añeja ceiba capitalina que concede deseos. Tampoco es aquel manzano donde un terrícola de apellido Newton descubrió la Ley de Gravedad o donde dos sinsuegra se disputaron el fruto prohibido. Sin embargo este también tiene su historia.

Fue traído por la compañía azucarera norteamericana y en 1920, cuando el central Vertientes hizo su primera zafra, ya era bastante grandecito.

Conversando con Raúl Marrero y su esposa Caridad Pino, en su residencia de calle A, me aseguraron que este árbol debe tener un siglo de existencia y a pesar de que a veces pareciera entristecido por la sequía, su fortaleza y el vigor de su tallo así lo atestiguan.

Durante mucho tiempo el propio Marrero y otros vertientinos se ocuparon de velar por su salud y comprobar el crecimiento del perímetro del tallo. En 1975 fue junto a Jorge Sarduy y resultó que alcanzó las 202 pulgadas. Repitió la visita en el 2000 y el robusto tenía ya 280. En la actualidad el tronco debe andar por las 315 pulgadas.

Este árbol mezcla de algarrobo con flamboyán conforma la iconografía del Batey, junto a los bungalows anexos al central –conocidos por pabellones- la singular Calle de Las Palmas y la estación de trenes.

Quien quita que Benny Moré descansara bajo su sombra después de hacer de carretillero suplente en el central, o que Alicia Alonso contemplara esta maravilla de la creación cuando bailó aquí en 1964 y que el mismísimo Noel Nicola, a su vera, haya escrito alguna estrofa de su antológica “Para una imaginaria María del Carmen”.

Son muchas historias y de acuerdo con cálculos conservadores este árbol debe tener un siglo de existencia. Nadie puede prescindir de él cuando se hable del Vertientes camagüeyano.

2 thoughts on “Cien años sin soledad”
  1. Un verdadero monumento que hay que cuidar pacientemente, en mi pueblo no quedan estas reliquias naturales, como un enorme árbol, del cual no recuerdo su nombre, que casi abrazaba el escenario donde aún toca la banda municipal, y fue derribado sin clemencia. A su alrededor había un banco circular de madera, que parecía crecer con el gigante verde, donde charlaban los hombres mayores jubilados, desplegando sus historias añejas y quien sabe cuántas benignas mentiras.

  2. En las raíces de ese árbol me senté muchas tardes para descansar después de dos horas de jugar en el parque. Me cubrió con su sombra placentera de los insensibles rayos del sol y hoy todavía lo recuerdo después de 60 años y no pienso morirme hasta que pueda de nuevo disfrutar de su sombra.

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