ImagenSupongo que a base de cuartillas radiales, televisivas o escritas no se pueda desayunar todos los días una minuta de pescado y un batido de guayaba, pensaba yo aquella mañana.

Mientras degustaba la combinación y masticaba vorazmente, hacía mis cuentas de electricidad y recordaba a Madre “hay que pagar el círculo infantil de Isnelito, el periódico y el teléfono, no te duermas”.

Papito, que necesita diez pesos por cada repaso de Matemáticas para ingresar a la Universidad, me sugirió comprar mortadela, más cantidad y a menor costo, pero yo prefiero ese dúplex aunque me desangre: el líquido a tres, el sólido a cinco.

Un monólogo interior fluía en medio del break fast, con débitos y créditos, lineamientos por cumplirse, ayunos y abstinencias, hojas de cálculo de Microsoft Excel, fragmentos de discursos, sumatorias mentales, congresos de la upec y patrullas clic.

Todo iba bien ese día hasta que vino una señora mendicante al establecimiento cuentapropista de calle séptima: ropa desvencijada, rostro arrugado, cigarros en el bolsillo y manos sucias. Me miró fijamente y con tono de lástima susurró un texto y luego a otros de la cola. Nadie hizo caso.

Me fui pedaleando, casi huyendo y puse los audífonos a ver si me distraía un poco, pero el guatemalteco cantaba por los 104.1 FM: “veo más del lado izquierdo que el derecho en los menús”…… “$%·$&%!%&!=)$? me cago en su madre!!

Apresuré el paso hasta mi televisora comunitaria y me dispuse a escribir. Aquella jornada hice alarde de periodista multimedia y sobrecumplí mis contratos de colaboración para la web, la TV, la emisora y cuanto medio de difusión se pusiera por delante.

Me prometí que volvería a pasar por la cafetería La Esperanza solo con tal de tropezarme con aquella pobre mujer y cumplir su encargo insatisfecho de esa mañana: “Mijo, por favor, cómprame un batido”.  “Mijo, por favor, cómprame un batido”, “Mijo, por favor, cómprame un batido”….

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