Un muchacho de Valencia se levanta temprano a vender café y a luchar la vida lejos de Maduro y Allup. Hoy recordé a los míos de Vertientes que vendían en la terminal o en una esquina de su casa.
Incluso a mi Madre que alguna vez le dio por eso y tostaba el grano (comprado a 25 pesos la libra en el mercado negro) en un fogón Piker. Ni clientela tenía y a lo sumo recaudaba tres o cuatro pesos diarios. Había que verla removiendo con una espumadera de madera y aspirando aquel humo.
Esta mañana compré una tacita de 50 centavos y estaba caliente, amargo, fuerte y escaso como debe ser.
No sentí el sabor añadido a chícharo pero mi paladar hizo que me transportara a #Cuba en el primer sorbo. Lo mismo a un pelotón cañero, al Café Ciudad o a la casa de Hilda y Tocoronte allá en el batey adonde iba antes de dirigir mi programa de radio.
A esta hora, muchos de allá beben la “droga negra” y comienzan el día. Espero que mañana vuelva a tropezarme con el pana venezolano. Por suerte aquí en Quito no hay muchos inspectores.