
“Oye, fintéalo de esquina a esquina, te dije que no hagas intercambio… ya los dos rounds de él pasaron, ahora te toca hacer tu pelea…vamos, respira fuerte, respira fuerte”
Este fue uno de los diálogos que pude escuchar durante la transmisión televisiva de un cartel final del Campeonato de Boxeo Playa Girón. Se enfrentaban el campeón mundial Diógenes Luna e Inocente Fiss.
Y me llamó poderosamente la atención, como en todas las peleas los organizadores de tal transmisión originada desde la ciudad de los parques, Holguín, tenían a bien abrir los micrófonos en las respectivas esquinas, dándole un toque de frescura, inmediatez y dinamismo que, muchas veces, interactuaba o daba un pie forzado a los comentaristas. Todo esto en tiempo real.
Nuestro pueblo ha visto la utilización del micrófono en deportes tales como el voleibol o el baloncesto, que yo recuerde. En ambos para definir estrategias con los jugadores. Algunas veces, digamos en la Liga Superior de Basket, con cierta tendencia al picuismo de posar ante las cámaras luciendo lapiceros y tablillitas en donde se dibuja un croquis de la supuesta jugada, o en algunos casos, -baste recordar el tamaño del artefacto y la cámara indiscreta-, provocando la inhibición de unos u otros y la falsa ecuanimidad impropia del ritmo de juego.
En otros ejemplos se emplean sofisticados micros, gracias a la tendencia a la miniaturización en su construcción y el profesionalismo de quienes captan tales imágenes, que no quieren, por elemental sentido de la credibilidad, ver forzado el espectáculo con parlamentos fríos.
En nuestro deporte nacional (acaso el más televisado) es donde mas extraño el “audio real” y me esfuerzo cada noche de transmisión, desde la sala de mi casa, por leer labios, adivinar expresiones o imaginar parloteos en el terreno y sufrir por el silencio o la ausencia del micrófono.
A veces pienso que en el béisbol no se ponen dichos artefactos en el home, o bien por carencia de tecnología o por puritanismo (llamémosle prudencia), quizás, parafraseando a Benedetti, “más lo primero que lo segundo y también viceversa”.
Dígame usted, caro lector, si no quisiera saber que le dijo el bateador al ampaya o al revés, cuando el manager o el coach va a hacer una visita al box o echa una conversadita con el pelotero para que traiga el hit anhelado o cuando se forma una discusión acalorada que uno se rompe la testa por saber qué esta pasando en el cuadro.
Lo cierto es que Cuba destina grandes recursos a las transmisiones, no creo que la parte adquisitiva sea el quid. Creo que no siempre el público es educado, como muchas veces se quiere, y los diálogos no solo van desde un “¡amarillo!” (término ofensivo que expresa cierto estado de cobardía beisbolera) o un conteo de protección a coro a un pitcher explotado o un bateador que se toma un “café con leche”, (entiéndase ponche o strikeout), sino también a malaspalabrotas en las gradas o expresiones de mal gusto en el propio terreno.
Tampoco un bateador luego de recibir un señor pelotazo va a decir “bendito sea Dios”.
Pero algo hay que hacer, el béisbol es para adultos y a esa hora los niños duermen. Se puede incluso advertir al público y a los jugadores de la ubicación del micrófono, eso podría informarlos o bien cerrar el aparatico en casos extremos que provengan de las gradas o de cualquier lugar. Porque si bien no soy partidario ni de los vocablos anémicos ni de las vulgaridades, creo firmemente que el uso del micrófono en las transmisiones deportivas es un recurso de gran aceptación para el receptor, ya sea en la radio o en la televisión. No puede ser parte, solo del deporte de los puños, las nets o el aro.
No siempre uno se contenta con la narración de los comentaristas, ni quiere, para enterarse de lo dicho, que venga un periodista todoterreno, a dejarnos su versión minimizada del asunto, con los cortes y censuras que el puede hacerle.
Esperemos pues que venga su majestad el micrófono, a inundar nuestra pequeña pantalla.