De pequeño siempre jugué con trencitos, espadas y guitarras. No recuerdo que me gustaran los aviones.
La primera vez que viajé en uno de ellos fue con Karina y era un aparato pequeñito. “Creo que se abrió el maletero”, le dije antes de llegar a Holguín y ella respondió confiada “querido, es el tren de aterrizaje”.
Lidia Isabel me convenció de Baracoa a Santiago, en otra aeronave diminuta. El viaje por carretera era igual de peligroso. Después fui de Santiago a la capital ida y vuelta con Harold, Wilson, Adrián y Victor César en una especie de “misión secreta”.
Hicimos chistes por el camino como aquel de un pasajero asustado que, ante el inminente derribo de la aeronave en que viajaba preguntó a la azafata “Señorita, vamos a tomar tierra”…. “¿Tomar tierra? ¡no, mijo! Te vas a hartar de tierra!”
Así las cosas me sorprendió Noviembre de 2009, cuando el Instituto Internacional de Periodismo regaló pasajes aéreos de regreso a casa a algunos diplomantes y un ultracerrado microbus del aeropuerto me paseó por la terminal “José Martí”.
Desde los cristales miraba un jumbo de Air France blanquiiiiiiiiiiiito y graaaaaaande y otros que en nada se parecerían al Aerogaviota que aguardaba por mi para llevarme al Camagüey legendario.
Ya en las alturas prendí la mp4 que traía y pude sintonizar Radio Taíno a no sé cuantos miles de pies y escuchaba el jingle “tú viajas en vía azul, la mejor vía para viajar” tra la lá, tra la lá. Me quité el saco que me asfixiaba y chupé cuantos caramelos me regalaron. Una voz interior me decía “¿No te da pena?, mira esos tres niños como van gozando y tú de cobarde”
El 1ro de octubre fui otra vez al aeropuerto. Por suerte no era yo quien volaba. El abrazo y el beso de bienvenida, la mano y la maleta, la alegría y el sobresalto. “Vamos a casa amor”, -le dije a mi Mónica-, “los trenes suelen ser muy románticos”.
Lo del maletero abierto y el ruido del tren de aterrizaje es chévere, aun-
que los 3 niños q iban gozando dentro del avión me pareció una buena
lección ante tu “cobarditis” Y si llego al final, definitivamente los trenes
además de su romanticismo son, como en la peli “El secreto de sus ojos”
un sitio ideal para materializar las caricias de una pareja de enamorados.