Con arroz celebramos los quince de la niña, compramos un yin, una casa, un bote o lo cambiamos por frijoles. Con arroz sobornamos a un médico, a un funcionario o un portero intransigente y le regalamos una bolsita al compañero visitante.
El “criollo” cocina mejor, es más sabroso pero el de la bodega rinde más. En ciertos países se emplea para agasajar a los recién casados como signo de fertilidad. En #Cuba no. Es un plato que no puede faltar en la mesa.
El equipo de béisbol de mi pueblo, donde se recontracultiva este grano, se llama “los arroceros”. Yo prefiero el arroz con leche (se quiere casar) que el arroz con habichuela que pregona Gente de Zona.
Hay que sudar duro para tenerlo en casa. Los vertientinos lo saben bien. Mi padre lo sembraba a jan que es un palito con el que haces huecos en la tierra para meter la semilla, lo atendía con azadón y con líquido de “dudosa procedencia”.
Lo cortaba con hoz, oz (no sé como coño se escribe) y lo trillaba a mano limpia en aquel batey llamado Manantiales. Mi papá no tenía muchos yines. Ni yo.
Todavía Cuba compra arroz vietnamita o chino para darle de comer a sus hijos. Papá Estado casi no tiene avionetas para la atención de los sembrados, ni agua, ni herbicidas. Hay campesinos que, con pocos recursos, le dan banco a las empresas estatales.
A esta hora muchas madres de Cuba están limpiando-trillando, las dos o tres laticas que se van a comer hoy. Otras harán malabares, porque el de la bodega se está acabando y estamos a fin de mes. En la calle está a cinco pesos la libra. En los mercados agropecuarios estatales también.
Todo esto he escrito luego de una imagen-recuerdo de Facebook. En Vertientes le llaman “arroz popular”.