Foto: ww.museobilbao.co
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Nada era más reconfortante para Fernando que llegar a casa y encontrar a su esposa, verle escribir sus guiones de telenovelas frente a una vieja underwood y compartir con ella cualquier escena de la vida conyugal.

Botero de oficio y cincuentón organizado, Fernando se despertaba en la madrugada, bien temprano, y arrancaba con su cadillac 58 a la lucha diaria, en trayectos que iban de la terminal de trenes de La Habana hasta Guanabo.

Antes de irse, sobre las 2 o 3 de la mañana, era casi un ritual de la pareja hacer el amor a esas horas, pues la dinámica de vida de los dos así lo propiciaba: ella pasaba todo el tiempo ante las cuartillas y él venía “muerto” de tanto manejar durante el día.

Las madrugadas eran la hora ideal para la lujuria. Fernando amaba a su gorda, como le decía cariñosamente, y en medio de aquella tranquilidad matutina, cuando solo son comunes los ruidos de algunos autos, los dos se enredaban en un sexo bestial.

Había un “toquecito” que ambos sabían que quería decir “¡despierta!” y la complicidad no daba espacio para la negativa o el titubeo. Ella prefería cabalgarlo y el abrazarse a sus carnes, hasta que sobrevenía el orgasmo y una conversación post coito que, no por breve, dejaba de ser familiar y amigable.

Entonces ella le preparaba un café mientras Fernando se daba un baño con un cubo de agua caliente. Se alistaba y arrancaba el almendrón sobre las 3.30 am, ya era un despertador para los vecinos.

Así pasaban los días de este botero y su esposa, hasta que cierta vez ella tuvo una ocurrencia que nunca calculó el efecto que podría tener en su matrimonio.

La gorda, sin consultarle a su concubino, quiso desagrandar su figura y aplicarse una liposucción, para lucir más delgada.

Inventó un Taller de Técnicas Narrativas en una provincia del interior y allá se fue con la aprobación de Fernando que hizo un par de muecas, pero aceptó no tenerla ese fin de semana.

Él siguió en sus trajines, tomando café de a peso en cualquier esquina habanera y pegando la gorra en casa de su Mamá, extrañando a su mujer, sobre todo en las madrugadas.

Al regresar, la gorda no era tan gorda, su apariencia le daba una ligera reducción de masa corporal y Fernando se sintió sorprendido, pero feliz por la sorpresa de su hembra a quien perdonó aquella mentirita piadosa que la llevaría a un salón de operaciones.

Las cosas iban muy bien hasta que el botero Fernando empezó a notar alguna carencia en el acto amatorio. Algo le faltaba o le fallaba a la hora de la cópula y no llegaba al clímax, no “volaba” como era tan usual conseguirlo en otros tiempos, en otras madrugadas.

Allí, en el parquecito donde esperaban completar los pasajeros, cerca de la terminal de trenes de La Coubre, los socios de Fernando lo notaban extraño, cabizbajo, y le preguntaban, pero él siempre tenía la misma respuesta “No me pasa nada, compadre.”

Pero sí. Aquel matrimonio se deshizo luego de diez años de feliz unión.

Por absurdo que parezca, Fernando no tenía donde “agarrarse” durante el sexo, extrañaba las carnes de su gorda y cuando ella se encaramaba él no sentía placer, pues lo que tanto amó y deseó ya se había esfumado por culpa de una cirugía tonta, una fatal e innecesaria liposucción.

* publicado originalmente en Cubanos Gurú
2 thoughts on “Aquella liposucción fatal: la historia de Fernando *”
    1. Gracias por su comentario. No se trata de placer estrictamente, se trata de patrones estéticos y de una especie de “fidelidad” de ella hacia él que no le comentó su decisión. No lo veo tan literal. Saludos cordiales

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