De vez en mes solían citarse a la misma hora en animada cháchara.
Sus (malas) palabras se entrecruzaban hasta propiciar un ligero temblor que procuraban ocurriera siempre al unísono.
Ambos pasaron la prueba del tiempo y se sintieron seguros en medio de aquella relación hipertextual que burlaba la barrera geográfica.
Un día pasaron a ser “amantes a la antigua” pero nada fue igual.
Quizá por eso, en dos habitaciones contiguas de la casa, comenzaron a escucharse ciertos murmullos, intensos y envidiables, como los que presagió el ring tone del primer encuentro.