Escrito por Oreidis Pimentel Pérez Foto: Otilio Rivero
“En Estados Unidos comencé sin saber inglés. Joseíto Rodríguez era el manager y en un equipo donde militaba el campo corto Willy Miranda me tenían como suplente por recomendación de Joe Cambria.
La discriminación era terrible, a mi me pasaban la mano por el pelo para ver si era lacio y hasta me vigilaban a la hora del baño. Quedaban asombrados porque yo le mostraba y les decía: Yo soy cubano pero soy blanco de verdad.”
Por esa condición que brinda la descendencia española un pelotero como Eduardo Cordoví pudo aprovechar su piel blanca, aunque de origen latino, para en la postguerra mundial sumarse a la pléyade de jugadores que Papa Joe, el scout de los Senadores de Washington, llevó a la norteña nación.
Estuvo entre los cinco primeros camagüeyanos que jugaron en Triple A y a pesar de que coincidió con la llegada del negro Jackie Robinson a los Dodgers, el racismo imperante era todavía muy fuerte. Vio demasiadas humillaciones.
Si fue de los primeros en llegar hoy es de los últimos en irse. Se nos fue el infield de buenas manos que pasó por Guarina, fue suplente en el Cromo y llegó al Newport Canners.
Murió otro veterano pelotero y… ¡Caramba, casi ni nos enteramos! Otro pedazo de historia beisbolera se nos fue, sus recuerdos estaban confusos casi al final de su existencia y por fortuna algunos pudieron ocupar su puesto en una cronología lógica.
Sus inicios en Camagüey
Nació el 5 de agosto de 1923 en la barriada La Zambrana y aunque practicó desde chico, no jugó oficialmente hasta que la empresa de cigarrillos y lácteos donde trabajaba organizó a sus empleados en un equipo:
“Yo trabajaba en Guarina, y los dueños de la fábrica me autorizaban perfectamente a jugar béisbol. Mi puesto de labor no lo abandonaba por nada del mundo por la situación económica de esa época. Nos íbamos a los centrales o jugábamos torneos provinciales como el de 1943 y llevábamos quesos y yogurt para merendar. Después la cosa cambió porque o jugabas béisbol todo el tiempo o te quedabas atrás y a mi lo que me gustaba era eso, jugar.”
Había un equipo en la órbita que hacía las delicias del público, inevitable era la tentación del equipo Cromo, el que consagró a la ciudad de Camagüey como la segunda plaza beisbolera de Cuba en los años 40. Allí empezó en el banco en marzo de 1944 y ya en septiembre fue titular de la segunda almohada durante unas subseries.
“Para mi verme vestido con aquel traje era lo máximo, ¡Hasta me erizaba!
No sentía un orgullo más grande que cuando me vestía con el Cromo para jugar con aquellos negrones ¡Uf, no cabía en el uniforme¡
El día que Orestes Pereda, el segunda base del Cromo, se fue para La Habana, fui a casa del representante Diógenes Jiménez y le dije que yo era el hombre para sustituirlo en el equipo ¡Qué cosa¡
Éramos un equipo durísimo para cualquiera. El Cromo les daba leña a todos en Cuba. Benjamín Lowry era un tipo cómico y bromista, le encantaba sacudir el mascotín hacia el público cuando Amado Ibáñez tiraba desde el campo corto, y decía ‘¡Tierra aquí!’ Para que vieran que la bola vino hasta con la arena.
Me daban tremenda gracia las perretas de Félix Lengüita Fernández, porque siendo camagüeyano a veces no jugaba.
Joseíto Rodríguez, por entonces el manager del Cromo, me colocó durante un partido en tercera y le hice una jugada a Son Noble, del Cienfuegos, que nunca voy a olvidar. Me tiré por el batazo a por todas y logré tremendo out. Me esperaron para ver el guante.
Siempre tenía que esperar por alguna lesión para entrar como utility del equipo y sufría por no alinear. Cuando por fin lo hacía me comía el terreno.
Se me ocurrió una vez bravuconearle a Jiquí Moreno: ¡Ponle a la bola que te voy a batear! Lo único que saqué fue una línea de foul y me ponchó con una slider.
Entonces en medio de aquella efervescencia de 1944 vino Coco Liso Torres con una selección de La Habana y me vio jugar y me recomendó a una selección mixta que salía de gira a Estados Unidos.
Béisbol en Norteamérica
“Después que vine de los Estados Unidos ya el Cromo se había trasladado al estadio Cigarros Guarina, cerca del Cuartel Monteagudo. Jugué con una selección de Amado Ibáñez pero mi historia siguió con los jueguitos por los centrales.
Después gracias a Joseíto el scout Cambria me ofreció un contrato más serio en Ligas Menores y me volví a ir.”
En el Newport Canners de Tennesse compiló 204 de average ofensivo en 85 juegos de la Mountain State League, eso lo encontré en viejos archivos:
“Joseíto me aseguró que contaba con un equipo muy superior y entonces fui al Sherman-Denison donde estaban Willy Miranda.
Lo sustituí en una ocasión, durante un séptimo inning, y los jugadores en el banco miraron con caras de locos a Joseíto. Conecté dos veces y la última contra un pitcher de más de 200 libras. Después para no hacernos coincidir me pasaron a segunda y a pesar de ser un delgaducho los del banco me decía ‘¡Guajiro como tú guapeas!’.
En otra ocasión la inexperiencia me jugó una mala pasada. Se hacían prácticas de bateo antes de los partidos y yo como suplente no sabía las señas así que fallé en una jugada táctica. Ese partido fue de 14 entradas y terminó empatado por mi culpa.”
Recuerdos del eterno suplente
No fue fácil conversar con Cordoví, a su edad a veces la memoria raicita un poco y hace vericuetos por donde se cruzan detalles.
Tocó lanzar liebres, hablarle de sus compañeros, de Orestes Miñoso en la Cuban Mining, de Napoleón Reyes y de otros tantos que tuvo por rivales.
En su casa de la calle San Martín pasó sus últimos días junto a su familia “A mí ahora me cuidan como gallo fino”.
Al final fue de los que no antepuso los beneficios particulares del profesionalismo: “La Revolución vino a cambiarlo todo. Me gustaría ser el joven de entonces ahora que existen tantas posibilidades. Se pasaba mucho trabajo para jugar, había que pagar los utensilios, las fotos, los alojamientos. Yo al menos era blanco y sufrí menos que mis compañeros pero siempre queda la nostalgia de los que pudo ser y no fue, porque se perdía mucho talento. Nos sacamos la lotería con ‘el de la barba’, Cuba cambió para bien aunque digan lo contrario.”
“Casi no veo la pelota”; ¡Mentira papá!-le dice la hija- ¡Si te la pasas al lado del radio!
La pelota fue su vida y en ella quedó su pequeña huella.
Gracias a ustedes dos, sobre todo el Pimen, por traer estos recuerdos aunque sean por la pérdida de algún deportista. Yo conocí y vi jugar ya en etapa de veteranía a algunos de los que menciona; Ibáñez, Lengüita…
quizás podrías acumular varias entrevistas de este tipo y hacer algo, el rescate de la memoria histórica deportiva no está muy de moda, por lo que sería bastante original…
saludos, alejo3399